domingo, 26 de enero de 2014

¿POR QUÉ NO VIAJAR?



Acaba de finalizar la 34ª edición de Fitur, salón internacional del Turismo que ha logrado sortear la crisis con un 7% de crecimiento. En 8 pabellones el planeta se reduce, a escala, y todos nos acercamos. Es una bonita antesala de lo que sentimos los viajeros cuando nos adentramos por otros paisajes y culturas. De la salud física y mental que conllevan los viajes, de los diferentes colores que adquiere el horizonte...



Texto y fotos: Cristina M. Sacristán



Pequeños autores de belenes cracovianos. Los niños polacos son, además de una monada, silenciosos y educados.


  Planteaba Javier Reverte en La Línea del Horizonte "Por qué viajamos (en tiempo de globabalización)?". A mí, cuanto más me empeño en desgastar maletas, se me ocurren más razones para argumentarlo, y también para argumentar "¿Por qué no viajar?".

  Tienes que hacer un tránsito incómodo, ese tren o autobús temprano, de Bilbao a Madrid, de la ciudad de Cádiz hacia Jerez, y hay un fresco aroma a azahar, a plantas aromáticas. A Naturaleza. Hay momentos en que se pierde la cobertura, y la niebla nos recibe entre campos; entre Álava y Burgos las curvas sinuosas nos adentran en paisajes en los que la nieve se engarza con los árboles, creando un cuadro en blanco y negro. O vemos amanecer, con esos jirones de luz roja que se desperezan, entre nubes. Merece la pena, también, tomar ese tren de madera, desde Oslo hacia la Región de Fiordos, e ir descubriendo las caprichosas manchas de agua que invaden el territorio noruego.





Atardecer de verano en Cantabria.



  La espera de la gua-gua o el tren en esas zonas sureñas en las que los horarios se desajustan con cierta alegría también tiene su gracia. En esos momentos obligados surge la conversación espontánea, el encuentro humano inesperado, la risa generosa. Porque así son los encuentros entre personas muchas veces, cuando no tenemos una gran presión: sin mal humor, con chispas que brotan, con cercanía.

  Esa sensación de avanzar con el tiempo ralentizado la produce, cómo no, el desplazamiento en tren. Con esos árboles que parecen flotar al otro lado de la ventanilla. Con una alianza con el paisaje. Con la lectura amena o la charla multicultural. A veces, da tiempo a escribir un texto, inspiradamente... El transoceánico también incita a estos momentos de descubrimiento, pues, con lo cronometrado que tenemos el tiempo a diario, es tan difícil pararse a conocer las opiniones de los desconocidos...

  La experiencia de cambios, de viaje, se da al ir en monovolumen desde Cracovia hasta los Montes Tatra. Ascendemos a 1.000 metros y se va acentuando el frío, hasta arribar a una estación de esquí, a la ventisca que lo tapa todo, y entonces integrarnos en el contraste de un spa que permite nadar, en agua caliente, entre los copos de nieve...



Extraños en un tren. En la estación neoyorquina de la Octava Avenida.




  No, no les voy a hablar del caro café en la Piazza San Marcos o de la foto estudiantil aguantando la Torre Eiffel... Pero sí de ese glorioso Tartufo de chocolate en la Piazza Navona, de la sopa servida en pan en la fría y cálida Cracovia, de esos newyorkers que te ayudan en todo y no permiten que te sientas mal en su ciudad.

  Para eso viajar. Para ensanchar horizontes, para comprobar que personas que nacieron a miles de kilómetros se ríen con las mismas bromas desde el minuto cero. Que todos los seres humanos necesitamos amar y ser amados, salud, disfrutar de la vida, dignificar nuestras existencias... Para que alguien que no conoces de nada te acompañe a la comisaría si te han robado. Porque a veces nos dejarán un dólar si no tenemos cambio para el metro. Porque en Sanlúcar de Barrameda "todo el mundo tiene derecho a ser feliz", y por eso el concejal se vuelca y, de perder el autobús, te da cobijo en su casa...





Un niño juega entre pinturas, en el festival C´est is the Best, en Zagreb.




  Ergo... ¿por qué no viajar? Se me ocurren muchas más razones para hacerlo que para no hacerlo. Porque, cuando no viajamos, sólo conocemos lo conocido. Y nos volvemos temerosos ante lo diferente, endogámicos e intolerantes. Porque, en esos casos, lo lejano nos resulta fastidioso e incómodo. Porque adquirimos vanos complejos de superioridad. Porque pensamos que los neoyorquinos viven estresados, creemos que los nórdicos son fríos, no tenemos ni la más remota idea de en qué consiste Polonia, confundimos Uruguay con Argentina y Colombia nos suena igual que Nicaragua...

  ...y, lo que es peor: se nos olvida la individualidad. Que hay bilbaínos a los que no les gusta el bacalao al pil-pil, que hay sudamericanos que no toman mate, que puedes ser fan de Bach a la vez que asistir a conciertos de heavy metal... Cuánto nos cuesta aceptar que cada persona, afortunadamente, es un mundo en sí misma...




Cazadores cazados. Tres reporteros gráficos inmortalizan a tres soldados en el centro de Varsovia.




  En mi opinión, cualquier periodista debería vivir con actitud de viaje: curioso, indagador, atento, comunicativo. De hecho, sería maravilloso que la mayoría de las personas vivieran la lectura, la conversación, su trabajo, el documental televisivo, la exposición, el abrazo... como si todo fuera un viaje, un descubrimiento. Una celebración vital. Para mí es la clave para disfrutar, día a día, de la existencia.

  Confieso que cada vez me siento más cómoda en las grandes metrópolis llenas de mixtura, cosmopolitas. Ese Ámsterdam donde sólo el 20% de la población es holandesa, un Berlín compuesto por 187 nacionalidades que conviven con dinamismo, ese Nueva York neuyoriquen, euskérico, chino... Un músico venezolano, que vive en Euskadi últimamente, me dijo que, como se había criado entre personas cuyo color de piel era "muy negro", hasta los 8 años no entendió las diferencias de color de piel, porque veía a todo el mundo por dentro... No se paraba en la puerta de la epidermis...




En un día muy largo y transoceánico, llegando a New York City.



  Si la mayoría de nosotros pasara temporadas en otros países, conviviendo con personas de muy diferentes orígenes, la xenofobia se iría evaporando... Todos nos enriqueceríamos mucho más.

   ¿Imaginan un mundo en el que nuestra maleta fuera pequeña y nuestro tesoro viajara en la caja torácica? Fastidiaríamos el plan tan cuidadosamente orquestado por el sistema preponderante, el basado en la codicia y la explotación del prójimo. Todavía en pleno siglo XXI...




Feliz conjunción de mar y monte, en las ruinas romanas de Baelo Claudia (Cádiz).




  Cuando camino por Fitur, cambiando de continente en sólo un minuto, parece que ya no oigo la voz de Rajoy, el chasquido de su feroz tijera; parece que los problemas quedan aparcados en la entrada de Ifema y todos nos sumergimos en una confraternización impensable en mitad del asfalto... Fitur nos acerca, y nos invita a soñar con un mundo más libre y feliz, sin tantos artificios ni muros...

  Si la gente viajara más a menudo, estoy convencida de que habría menos guerras...





La estación de Ifema hila muy bien con Fitur y su espiritu: "Nuestra naturaleza es inseparable de la cultura, de las culturas".





Para más información: Balance de Fitur en Carta de las Culturas
Egipto trata de recuperar su liderazgo turístico, a pesar de los enfrentamientos (Deia, sábado 25)
Fitur: la fábrica de sueños sigue adelante (Carta de las Culturas, 2013)
¿Vacaciones o turismo de riesgo? (Deia, 2102)
Turismo solidario (y página 2, Uda 2007)
Turismo LGBT (y pág. 2 - Deia, 2012)
Desde el viento  (El Tintero, 2014)
¿Quién puede volar? (Fotos con magia, en El Tintero 2015)
Ver reportajes sobre Viajes y Cultura en El Tintero y en el apartado Trabajos
Galería fotográfica de destinos en el blog
Twitter: @cmsacristan   Facebook: https://www.facebook.com/cristina.mtzsacristan


2 comentarios:

  1. Viajar es una forma increíble de pensar en otras cosas. ¿Es curioso, no? A veces siento que un cambio de ambiente nos pone de frente con nosotros mismos. Por eso crecemos tanto al viajar.
    Un saludo. Te invito a visitar mi blog :)

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  2. Estoy de acuerdo, Luthierzebeth. La verdad es que, cuando viajamos, los días son como la vida de un perro: uno equivale a, al menos, una semana. Al regresar, es como si el tiempo se congelara, y la maleta pidiera seguir trasteando... ;-) Si, además, una es periodista (vocacional), la cosa se complica. Precisamente llegaba tu mensaje mientras TVE proyectaba 'Españoles en el mundo', y un chico muy movido, ahora en Uzbekistán, decía que "hay demasiados lugares y cosas por ver como para encerrarse en una pequeña jaula".
    Ojalá todos nos dedicáramos más a romper maletas...

    Un placer, he echado un pequeño vistazo a tu blog, pero lo revisaré con más calma. Felices sueños! :-)

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