sábado, 8 de junio de 2013

OCHO MESES CONTRA VIENTO Y MAREA



De Lisboa a La Graciosa y Las Palmas, y de allí al Caribe y, tras un periplo por sus islas, por las Azores de vuelta, con los alisios cabreados, hasta A Coruña. La vasca Rocío Gandarias y el belga Gaspar Vanhollebeke han realizado una proeza por el Atlántico, en velero, y ya tienen mucho que contar a sus nietos...



Texto: Cristina M. Sacristán
Fotos: Rocío Gandarias y Gaspar Vanhollebeke


La línea negra delata la ruta que Rocío y Gaspar hicieron por el Atlántico.

  A Rocío Gandarias le gustaban los barcos de niña. Eso no era difícil, pues su padre, además de campeón de surf, es constructor de embarcaciones, y el mar estaba ahí al lado, en pleno Getxo, donde los acantilados resuenan por el rugido de las bravas olas del Cantábrico... Toda esa pasión, y su naturaleza inquieta, llevaron a Rocío a estudiar en Southampton Arquitectura naval, y allí conoció a Gaspar Vanhollebeke, primero amigo y luego compañero en la vida. Inquietos y reciclados, muy buenos en lo suyo y con muchas ganas de recorrer mundo, se embarcaron en una aventura transoceánica que ha terminado hace dos semanas. No exenta de sorpresas y de mares enfurecidos...

  Ambos decidieron enrolarse en la ARC (Atlantic Rally for Cruisers), en la que veleros cruzan el Atlántico a finales de cada año. Para ello, no disponían de gran presupuesto ni de barco, así que lo buscaron por internet y gracias a su esplendoroso blog Sails up and go! Por fin dieron con una familia inglesa que se tomaba unos meses sabáticos, y primero estuvieron con ellos en Canarias, tras navegar desde Lisboa. Pero no pasaron con ellos todo el tiempo, pues hubo muchos días en que incluso la joven pareja dormía en la playa. Han ayudado con el barco a esa familia anglosajona, como intercambio para que les llevaran al Caribe, y hasta cocinaban y daban clases a los niños. Pero eso solo fue el comienzo...



En este largo periplo les ha pasado de todo, y lograron nada menos que arribar los primeros de su grupo (multicascos) a Santa Lucía con el catamarán inglés, el Intrepid Beard, tras una travesía de dos semanas (14 días, menos que los previstos). Una vez allí, se dirigieron a Antigua, donde dieron muy pronto con el dueño del flamante Berenice, un italiano muy pudiente, para el que trabajaron en el barco.

En Antigua estuvieron en total un mes y medio, para después pasar a Bahamas, donde unos americanos necesitaban a alguien que llevara su barco (un Oyster 72). Y allí estaban, dispuestos, Rocío y Gaspar. Como pago, entre otras cosas les dotaron de un vuelo: en el caso de Rocío a San Martin y en el de Gaspar, a Martinique. En San Martin Rocío pudo acceder a la regata del 1 de marzo, la Heineken. Ella se encargó de conducir tres barcos a otras islas: un día llevaba uno a las Islas Vírgenes, y volvía; otro, a otra isla, y de vuelta, etc.

Por fin, se volvió a reunir con Gaspar, pero ya en Dominica, a través de un vuelo desde Antigua. En Dominica pasaron una semana de auténticas vacaciones, disfrutando de sus pequeñas cabañas (a modo de albergue), de su naturaleza salvaje, de sus increíbles puestas de sol... Pero pronto se reactivaron y se dirigieron en ferry hasta Martinica, donde prepararon el barco para volver a la Península, otro diferente al que les llevó -uno de la Escuela de Vela francesa, de 10,5 mts.-.
  Antes de ese regreso, estos precoces navegantes y grandes fotógrafos (no hay más que ver su blog) se bañaron en playas paradisíacas, conocieron a personas de muy diferentes orígenes, fueron invitados a barcos de amigos de Southampton y de la regata ARC, se adentraron en selvas, pudieron comprobar cómo son las tierras volcánicas de Dominica (Valley of Desolation), inmortalizaron grandísimas iguanas, pescaron atunes inmensos... Al atravesar el Atlántico, recuerda Rocío, y al hacer guardias nocturnas, a ella le encantaba la inmensidad de ese cielo estrellado, el juego de las nubes, la tranquilidad de llevar el timón, a solas... Toda una aventurera, de tan sólo 22 años.

Una de las cosas que destaca Rocío es que "no sabíamos qué iba a pasarnos, en qué íbamos a trabajar... fue surgiendo sobre la marcha", relata tras los ocho meses de periplo. "Y hemos tenido mucha suerte", apostilla. Ambos recuerdan la "isla salvaje" de Dominica, "con mucha montaña y selvas". Vieron las famosas y terribles medusas carabelas, se bañaron junto a ballenas y delfines (cuando avistaron una ballena cerca, subieron corriendo al barco), conocieron a personas de muy diversas razas...

Han ido hilando una experiencia con otra, arriesgando, apostando por un trabajo u otro, "de barco en barco", curtiéndose en los menesteres de la mar. Hacían guardias de varias horas cada uno, lo mismo limpiaban que cocinaban que gobernaban los barcos en los que han viajado... Todo por conquistar el Caribe en estos meses, por conocer de cerca la vida esencial, compartiendo e ideando fórmulas que les permitieran materializar un sueño...

  Cientos de imágenes plasman sus vivencias y los rincones y personas multicolores que se han encontrado. Y es que, como les dijo un senegalés que conocieron en Canarias, "si tú eres bueno con la gente, la gente es buena contigo". Y ellos lo confirman...



  En contacto con Rocío desde que llegó a Canarias, sus relatos durante y después de este periplo han sido frescos y llenos de luminosas estampas, como ésta que pueden ver, sobre estas líneas, de un atardecer en Isla Margarita, o debajo, en el lateral, de Dominica. Las puestas de sol en La Graciosa, describe, son de las más bellas del mundo. Se trata de una isla tranquila hasta el extremo, sin aún contaminar de civilización. Con un par de shorts y muchas ganas, la joven vizcaína ha disfrutado de una experiencia vital intensa y vivificante, además del master que ha hecho en navegación, y de los maravillosos lugares que han visitado e inmortalizado.

La precoz arquitecta naval muestra, de regreso, una foto de las isla de La Blanquilla, completamente desierta. Algunos pescadores se dejan ver por allá. Un niño de pelo ensortijado descansa, pensativo, junto a una palmera. Una barca rompe la línea azul del mar para entrar en Los Roques, todo un paraíso en Venezuela...

Pero el final del trayecto no fue una broma: los alisios se revolucionaron, en torno a ellos, por las Azores, y debían ir atados al barco para no lamentar la aventura. De hecho, en una de estas Rocío llegó a caer al agua. Las olas eras grandes y peligrosas (como se distingue en la foto inferior). Ellos sabían que la vuelta dura más, porque el viento suele soplar en contra. Pero no imaginaban que iban a asistir a un desafío tan potente por parte del bravo Atlántico. Hubo momentos duros, admiten ahora, si bien el aprendizaje ha resultado como un intensivo.

En el momento de la calma, pudieron distinguir el encanto de las Azores, y después de disfrutar de estos rincones paradisíacos, tan poco explorados, tomaron rumbo hacia A Coruña (Galicia), para dejar de tambalearse en el mar...

   El hecho de compartir sueños y preparación une a esta inquieta pareja, que se congratula de haber atravesado esta experiencia y mira ahora hacia nuevos horizontes...




  Ahora, ya en tierra -extraña sensación bajo los pies-, los dos jóvenes e intrépidos navegantes están buscando algún trabajo más estable, pero su inquietud no les permite adormecerse: les encantaría construir su propia nave, un velero, y, un salto más en su curriculum aventurero: dar la vuelta al mundo con ella. Sin duda, en El Tintero lo podrán leer en cuanto eso ocurra...


Un rastafari hace la señal de ok a los dos aventureros, en Dominica.





Para más información: Conquistar el Atlántico con afán...
Blog Sails up and go!
Audio: Programa La Casa de la Palabra (con Roge Blasco)

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